Futu-i tab-u ma-sii

Mika proviene de una prestigiosa familia de demonios de sangre pura, desde la primera generación hasta la última todos fueron Balrog puros, hecho que les concedió tal importancia en la sociedad del Inframundo. Y al ver los beneficios que disfrutaban, mancillar sus genes se castiga con la pena de muerte. ¿Exagerado? Obvio, pero mejor no meterse con ellos. Y aunque sean seres infernales, ellos también conocen el término de “nobleza”. Hecha ya la introducción, aclaremos que la familia en cuestión es la llamada Scaraotchi, un gran clan dividido en varios grupos ´jerárquicamente, Mika siendo la hija de los Primeros, los señores de la cabila. Algunos rumores dicen que son parientes lejanos del mismísimo Satanás, pero con el paso del tiempo se perdieron pruebas concluyentes y estas palabras se quedaron en lo mismo, un simple rumor.

Normas que respetar, tradiciones que seguir, ideales que adoptar, una educación concreta que recibir, un futuro dictado por los mayores… En esto se resume la vida de la “pequeña”. Tal como cualquier grupo aristócrata de renombre, incluyendo hasta a los más notorios reyes de la historia. Si una diferencia importante es la especie entre Mika y un rey humano, el ámbito familiar y la formación son muy similares.Ahora sí, depende cómo se lo tome cada uno y de qué forma use todo lo aprendido. Por ejemplo, ésta Scaraotchi sólo sabe portarse frente a sus parientes.Una actitud sumisa y contenta con todo es lo que simula a la perfección, no vaya a ser que le prohíban más aún la salida de su hogar; o de su habitación. Bueno, realmente esto quedó en el pasado.

La protagonista de esta historia pasó muchos, quizás demasiados años bajo la supervisión de sus padres, hasta finalizar de forma aceptable la instrucción requerida. Hasta alcanzar la edad de 70, tuvo tiempo suficiente para ver y aprender varias cosas, y la más importante de ellas: no confesar libremente su opinión sobre diversos asuntos y mucho menos rechazar la doctrina demoniaca. ¿Aprovecharse de los otros? ¿Provocar sufrimiento a los demás solo y por pura diversión? ¿Convertirse en un monstruo porque es lo que hacen esos seres con cuernos y cola? ¿O volverse adicto a los placeres carnales que la vida presenta? No. Mika sabía desde el principio lo que quería, y eso no encajaba nunca con sus planes. Aún recuerda el día cuando encontró un cachorro de taaleen (puede ser considerado como la variante mutante de un perro, por así decirlo) en los jardines de la mansión en la que vivía con su familia. Era apenas una cría de balrog, y el taaleen estaba desnutrido, débil, tan pequeño que tocó el corazón de la pequeña peliazul. Ella lo recogió y recorrió todo el edificio en busca de su padre para mostrarle a la criatura y pedirle ayuda en cuanto a cuidarlo. Llorando, alzó al cachorro hacia el demonio y parpadeó; en cuando abrió los ojos, la minúscula bestia ya no se encontraba en sus manos, sino a unos metros de ella en el suelo, sobre un charco de sangre. Esa fue quizás su peor experiencia con respecto a la crueldad de uno de los suyos.

Desde entonces no volvió a ofrecer su ayuda ni a mostrarse frágil y sentimental frente a cualquier otro demonio, descubrió el arte de desviar la mirada hacia otro lado e ignorar con frialdad. Su indiferencia hacia todo lo que la rodeaba fue aumentando poco a poco hasta el punto de recibir el apelativo de “Princesita de hielo”, tipico pero irónico para alguien que controla el fuego. Y siguió de esa forma por mucho tiempo, hasta que cumplió los 50 años. Desde aquel momento empezaron las propuestas de matrimonio, y no fueron pocas. Mala suerte para ella que la ignorancia no era suficiente y tuvo que emplear otros métodos mucho menos aprobados por los Scaraotchi. Insultos, críticas, burlas que aumentaban a una velocidad inconsiderable, todas dirigidas a todos y cada uno de los supuestos balrog que se creían capaces de derretir el corazón de la “pequeña” Scaraotchi. Tuvo que fingir tanto que acabó fundiendo tales facetas en su propia personalidad, siendo incapaz de reconocerse a sí misma al final. Años más tarde consiguió por fin el permiso de sus padres para abandonar el plano infernal si se daba la oportunidad con la condición de tener una pareja de su mismo rango al volver.

Y en su aniversario de los 70, sucedió. Mientras el señor de la casa le daba a conocer los detalles sobre su situación en el mundo humano en caso de que llegase a pisarlo algún día, sintió la llamada. Sin decir alguna palabra cruzó el portal y abandonó su dimensión. Al llegar a la esfera terrestre se encontró con su “llave”, siendo éste quien la invocó. El plan era simple, Mika debía cumplir con el pedido de aquel hombre desesperado y a cambio recibiría su alma; aunque ella decidió cambiar el modo de pago, en vez de usarlo como alimento hizo un nuevo contrato con él, más complejo: le otorgaría ciertas habilidades a cambio de tenerlo como ayudante. Y así lo hizo. Tras ello, fue en busca de la ciudad llamada Éadrom, escuchó de ella por su padre, quien supuestamente le había guardado una mansión en las afueras de dicho lugar y una entrada a cierto instituto. Durante los próximos diez años consiguió tomar su nuevo hogar, realizar más contratos y entrar a Takemori gracias a los ‘apaños’ de su familia.

Y todo iba sobre ruedas hasta que, una noche, uno de sus sirvientes no volvió jamás. Descubrió rápidamente que había sido la cena de otro demonio cuyo castigo fue ocupar el puesto del anterior. Aunque… nadie le avisó a Mika de que éste mismo sería uno de sus profesores.